ECM de
Bette
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Descripción de la experiencia:
La
mía se produjo en 1953, cuando tenía 20 años. Estaba dando a luz. Tras 5 horas
sobre la mesa, estaba cerca de la muerte, necesitaba sangre y no la había en el
pequeño pueblo en que vivía. El médico decidió entonces trasladarme en
ambulancia al hospital Vanderbilt de Nashville, a 40 Km. de ahí. Creo que era
alrededor de medianoche. Las viejas ambulancias estaban construidas como coches
fúnebres y mi marido tenía miedo de estar tan cerca de mí mientras me moría, por
lo tanto mi madre se subió a mi lado. La ECM comenzó, mientras se decidía si
iban a trasladarme, por supuesto el médico creyó que había entrado en coma, yo
oía cada palabra. Cuando llegó el empresario de la funeraria (también era
ambulanciero), como para todo lo que pasaba, acostada sobre la espalda, los ojos
cerrados, podía ver sus pies, ¡¡sus cordones no estaban atados y no llevaba
calcetines!! Esto me molestaba verdaderamente, porque temía que los pisara y se
cayera. Debieron de llevarme a la sala de espera, podía oír los comentarios que
mi suegra no paraba de repetir: “Está muerta, mira como sus ojos están
descompuestos.”. En aquel momento yo no veía nada, todo estaba negro. “A
continuación me pusieron en la ambulancia, seguidamente floté entre el techo y
mi cuerpo. Parece que yo realmente gemía y podía oírlo, pensaba sin parar, me
gustaría que se estuviese quieta.”. Era como si mi cuerpo fuese otra persona y
yo pensara en él para pasar el tiempo, ¡solamente quería que se estuviese
quieto! Oía a mi madre hablarle a mi cuerpo y decirle que pronto llegaríamos. La
ambulancia iba a toda velocidad con la sirena, recuerdo haber visto un
ferrocarril delante enfrente y pensé que debería ralentizar, no sentía dolor,
pero mi cuerpo todavía armaba jaleo. Cuando llegamos, se me esperaba, cinco
hombres me llevaron a la sala de partos por el ascensor, en ese momento, fui
derecha al techo y observé como si mirara la tele. Me sentía tan bien y tan (no
hay palabras), supongo que serena se aproxima. No sentía ningún interés en
absoluto, ni por el cuerpo ni por el bebé. En la sala de espera, no veía a las
personas que me habían seguido hasta ahí, y tampoco pensaba en ellos. Miraba
hacia abajo mientras flotaba en la habitación, luego de golpe, me fui hacia
atrás y hacia lo alto a gran velocidad, luego, sin sentirlo me desplacé hacia
delante, no consideraba eso como un túnel, pero estaba oscuro y delante, había
una luz blanca brillante, a la que quería llegar rápidamente. El único sonido
era parecido al ruido de un torbellino. Me desperté al día siguiente en cuidados
intensivos, el médico estaba en mi cabecera, yo estaba tan exaltada que quise
hablarle de esa maravillosa experiencia, él se limitó a sonreír, me dio
golpecitos en la mano y empezó a hablarme del bebé. Dijo que quería prepararme
para verlo, había permanecido tanto tiempo en la vagina que su cabeza estaba
toda comprimida y alargada, también dijo que temía que hubiese daños en el
cerebro (yo había tenido contracciones durante una semana antes que todo eso
comenzara). Pues bien, se comprobó que tenía un coeficiente intelectual de 160.
Nació el domingo siguiente a Pascua y murió el domingo siguiente a Pascua 25
años más tarde, en un accidente de avión en Alaska donde era piloto de selva.
Había sufrido varios incidentes graves diferentes antes de morir. ¿Cómo me
cambió eso? Antes de la ECM, yo hacía catecismo para una iglesia fundamentalista
muy estricta. Tras la ECM, supe que nada era como siempre había creído. Me volví
metafísica de la noche al día, ello se hizo como por ósmosis, ningún libro,
ninguno de mis anteriores “conocimientos” intervino, como no fuera muy
levemente. Siempre quería informar a todas las personas que encontraba de
aquella maravillosa experiencia. Hasta que se dijo que era yo quien tenía el
cerebro dañado y no el bebé. Por tanto, durante todos los años que precedieron
al Dr. Moody, aprendí a estarme quieta. Yo sabía que no existe muerte, solamente
una transición a otro nivel. Eso me salvó cuando mi único hijo se mató, tuve
pena por mí misma y por todas las personas que le amaban, pero yo sabía que no
sintió dolor ni tristeza a pesar del hecho que naciera su hija dos semanas tras
su muerte, sólo hubiera querido que pudiera verla, luego, caí en la cuenta que
sí podía.