ECM de Charles E
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Descripción de la experiencia:

Soy un fan del programa de radio Art Bell y lo oigo todas las semanas mientras conduzco. Me encantó la emisión a la que fuisteis invitados y ello me hizo pensar en mi experiencia. No tuve una experiencia terrorífica, al contrario, mi experiencia me hizo darme cuenta que no somos seres humanos que buscan una experiencia espiritual; somos poderosos seres espirituales viviendo una experiencia humana…

En junio de 1992, llevaba 20 años casado. Me había casado con mi pequeña amiga de colegio y la quería de verdad, pero dicen que el amor es ciego. Yo no sé quien lo dijo pero es verdad. Por entonces no lo sabía, pero mi mujer estaba en las primeras fases del desarrollo de personalidades múltiples, a causa de sucesos vividos al principio de su vida que nunca pudo asimilar.

Por consiguiente me encontré en una relación extremadamente ofensiva, sin saberlo era realmente desgraciado, pero mi amor por ella me cegaba cara a lo que estaba sufriendo. Pasé por momentos estresantes en dicha relación; siendo incapaz de adaptarme a sus múltiples personalidades, me reprochaba a mí mismo todo lo que estaba pasando; influido por ella, pensaba que ella y mis dos hijas se desenvolverían mejor sin mí. No pude soportarlo más y comencé a rezarle a Dios para que me sacara del infierno en la tierra en el que me encontraba, que me concediera la paz de la muerte que Cristo prometió en sus enseñanzas.

Hay un viejo dicho que dice: «Cuidado con lo que pedís, porque vuestras plegarias bien podrían ser respondidas». En mi caso se demostró ser cierto. Dios tardó sólo tres meses en responder a mis ruegos…

Una tarde volvía de viaje, tras cenar, cuando empecé a sentir terribles ardores de estómago. Mi hija mayor, de catorce años por entonces, me dijo que estaba muy blanco, ¡e insistió que fuera al hospital! Al rato, se le unió mi mujer. Yo tenía previsto esa tarde ir a acostarme, y que luego mi mujer me despertara al día siguiente, a las 7 h, antes de ir al trabajo. Pero pronto me di cuenta, que no dormiría en casa, para estar listo para viajar al día siguiente, si antes no les permitía llevarme a urgencias a ser examinado.

Bien entrada la tarde, fui a urgencias y el médico me informó que me hospitalizaría para examinarme a la mañana siguiente. Le dije que tenía que ir de viaje y que me encontraba perfectamente. Pero no estuve muy convincente y acabé por ceder a su demanda.

Me llevaron a una habitación individual hacia la 1 de la mañana. Yo estaba contrariado por toda esta prueba y me puse a ver la tele. A las 3 de la mañana, la enfermera jefe entró y me abroncó por no haberme acostado, apagó la tele diciéndome que vendrían por la mañana temprano a hacerme los exámenes, y que tenía que reposar. Instaló igualmente un monitor cardíaco diciendo que estaban muy ocupados y que no quería correr el riesgo de descuidar a nadie; apagó luego la luz y me dijo que me durmiera. Cedí y decidí irme a dormir. Sabía que iba derecho al agotamiento, físico y emocional; era evidente incluso para los demás.

Siempre fui cristiano, habiendo sido educado en tanto que Metodista, pero no había leído nada que me hubiera preparado para este viaje, excepto mis creencias espirituales.

Durante mi sueño, fui absorbido por aquella luz inmensamente brillante. Mi primer pensamiento fue el de protegerme los ojos pero pronto me di cuenta que no era una luz ordinaria. No existen palabras en el lenguaje humano para describir el sentimiento de calor, de pertenencia, de paz y más particularmente de amor. Euforia es la palabra que se me viene a la mente, sin embargo, todavía no le hace justicia a ese sentimiento. La palabra amor tampoco le hace justicia, porque creemos saber qué es el amor, tal como el amor de una madre por su hijo recién nacido. Multiplicándolo por miles, podría aproximársele o al menos ir en la buena dirección. ¡No hace falta decir que supe instantáneamente que estaba en mi casa y que no quería volver! Me entristecí mucho cuando se me dijo que todavía no había llegado para mí el momento de quedarme, que me quedaba mucho por hacer y que tendría que ocuparme de mis hijas. Cuando mencionó a mis hijas, me acordé del amor que les profesaba y supe que tenía razón. Luego se me dijo que cuando abriera los ojos, que no tuviera miedo, que permaneciese tranquilo, que hiciese lo que los médicos querían, que estaría de vuelta en mi casa en cuatro días.

Me desperté con la cara de la enfermera jefe pegada a la mía. Conociéndome como me conozco, eso normalmente debería haberme sobresaltado. Pero sentía una paz inmensa y ni siquiera sentí pánico al ver cómo otra enfermera me estaba inyectando lidocaína. De golpe, un hombre irrumpió con un desfibrilador, esa gente parecía vivir un momento intenso. Me volví hacia la enfermera jefe y le pregunté si me iban a pegar una azotaina con los grandes electrodos. Pareció sorprenderse, luego sonrió y respondió: «No, ahora eres un buen chico…»

A las 6 h, mi corazón sufrió una arritmia y disparó la alarma. Cuando llegaron, mi electrocardiograma ya estaba plano. La enfermera jefe me salvó la vida y lo más asombroso, sobre todo para los médicos, es que no sufrí ningún daño cardíaco. Más tarde, el médico dijo que eso en sí ya era un milagro. Lo atribuyó a la solidez de mi corazón, que cuando se paró, el músculo cardíaco debió contraerse lo suficiente como para hacer pasar sangre hacia sí mismo para su propia protección. Por supuesto, acordándome del sueño tuve fundadas sospechas en cuanto a lo que había pasado, ¿pero fue eso un sueño? Traté de convencerme que lo era, pero empezaron a producirse acontecimientos que probaban que lo que había vivido era algo más que un sueño.

Me llevaron urgentemente a cardiología para estabilizarme y hacerme una cateterización que descubrió dos extrañas obstrucciones. La arteria anterior izquierda estaba obstruida en un 85%, la arteria principal posterior estaba obstruida en un 95%, pero la anterior derecha no tenía ninguna obstrucción. Había muy poca placa en o alrededor del corazón y las arterias parecían haber sido suturadas con hilos muy pequeños. El médico insistió en que permaneciese tranquilo, para no sufrir otro fallo cardíaco, pues dijo, que si sufría otro, probablemente perdería dos tercios de mi corazón a causa de las obstrucciones y necesitaría entonces un injerto cardíaco. Para asombro de todos, permanecí tranquilo. De hecho, consideré aquello como unas vacaciones y me propuse no dar ni golpe, es más, encontré divertida la situación.

Podría escribir un libro entero sobre mi estancia en el hospital pues fui estabilizado, luego transferido a otro hospital y me hicieron una angioplastia. Abreviando, pude salir cuatro días después de mi sueño. Digo sueño porque mi mujer se ponía furiosa cada vez que hacía alusión a cualquier otra cosa. En esa época, me era infiel y hacía planes para divorciarse y cuando le dije que me habían anunciado que debía ocuparme de mis hijas, pues bien, creo que pensó que Dios estaba contra ella; a partir de ahí, el infierno se intensificó y yo no sabía por qué.

¿Y ahí acabó el culebrón? ¡Qué va! Un año más tarde, casi había vuelto a mi anterior estado pues mi mujer nunca se suavizó. Me dijeron que a veces hacen falta varios intentos para que la angioplastia arreglase el problema, pues es normal que la gente tenga de nuevo una obstrucción en la zona afectada. Es muy común, me dijeron; yo comencé a sentirme como antes y sabía que tenía de nuevo una obstrucción. Creí que sólo hacía falta soportarla durante algún tiempo y que podría volver a mi hogar espiritual pues me sentía todavía en el infierno y no veía otra puerta de salida. Pues bien, prácticamente un año después del día del paro cardíaco, estábamos cerca de un lago y ¡fui alcanzado por un rayo! Estaba sentado en una silla plegable cerca de la caravana, mi mujer estaba justo detrás de mí en la puerta de la caravana cuando el relámpago golpeó el suelo, se ramificó y me tocó la mano izquierda, me atravesó el pecho, salió por la mano derecha y golpeó la mesa de picnic. Me encendí como un neón, me afectó desde la cintura, hasta casi la mandíbula, me salieron ampollas en la punta de los dedos de la mano derecha. Mi mujer estuvo al borde de un ataque de nervios pues tiene un miedo mortal a las tormentas, debo decir que ahora tengo mucho cuidado por eso. Parecía que fuera ella y no yo la que iba a padecer las consecuencias; perdí temporalmente el uso de mis brazos y sufría mucho. No obstante, al tercer día de convalecencia tras el golpe de rayo, me sentía estupendamente; tuve que visitar al cardiólogo en el hospital para que me cateterizara otra vez, a fin de verificar el estado de mi corazón. Quedó atónito al no encontrar placa en absoluto y sólo vio muy poco tejido cicatricial debido a la operación anterior. No acertaba a explicarse el magnífico estado de mi corazón. Mi madre me dijo que la mano de Dios había bajado y me había curado. Estaba de acuerdo, pero a partir de ese momento, me negué a dejar que mi mujer me desmoralizara de nuevo pues me encanta salir de marcha ¡y todavía no quiero disgustar a Dios!

El supuesto sueño cobró todo su sentido más tarde. Dos años después, me divorcié por Navidad, mi hija mayor me dijo que sería el mejor regalo de Navidad que jamás hubiese recibido. ¿Sabéis qué? ¡Tenía razón!

Se vino conmigo y completé su educación, ahora tiene 21 años y está casada, sigo educando a la más joven. Por otra parte, tres meses tras la separación por divorcio, dejé el tratamiento para el estómago, ocho meses más tarde dejé el tratamiento para el corazón, el médico meneaba la cabeza diciendo que el tratamiento ya no era necesario.

¿Feliz? Pues bien, no del todo, pero ahora estoy satisfecho con mi vida, sin embargo todavía espero con impaciencia el día en el que se me permita volver a casa…