ECM de
Duane
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Descripción de la experiencia:
Era un brillante y hermoso lunes por la mañana de principios de julio de 1990.
En fin, otro día de desconexión (vacaciones) si queréis llamarlo así. Había
trabajado el día anterior por la tarde y durante toda la noche; la hora de
meterse en la cama había, pues, pasado hacía mucho tiempo. Sin embargo, había
llegado el momento de la semana, de una jornada completa de aventura con mis
hijas y los hijos de un padre solitario del vecindario, una rutina totalmente
establecida pocos meses antes. Ese día no habría ni bicicleta, ni tiro, ni
caminata, iba a hacer mucho calor y el voto por bajar el río en balsa fue
unánime. Cuando empecé a apuntar los accesorios con el fin de reunirlos para el
viaje, recordé que mi vecino había comprado recientemente un nuevo chaleco
salvavidas y había ofrecido prestármelo en cualquier momento, por lo que los
chalecos salvavidas fueron añadidos a la lista. Rápidamente rechacé la idea de
aprovechar la generosa oferta del vecino, volví a pensármelo y a rechazarlo
varias veces, pensando para mí que el chaleco podría rasgarse o mancharse.
Tres horas, seis niños y dos balsas más tarde, descargábamos la furgoneta de mi madre en la rampa de botes del río. Las cuatro preadolescentes, dos de ellas hijas mías, fueron conmigo en la balsa de ocho plazas, dejando la de dos plazas para nuestro vecino de diecisiete años y su hermano menor.
Bajamos la rampa, nos metimos en el río y empezamos al fin nuestra aventura. La mañana agradablemente fresca había dado paso a una tarde sofocante y el agua fría era un refugio bienvenido. Como sólo había cuatro remos y éramos cinco en la balsa grande, aproveché rápidamente para sentarme en la parte más delantera del bote, con las piernas colgando fuera, mientras que cada una de las chicas a horcajadas cogió un remo lateral y partimos. Las chicas rápidamente nos llevaron a la corriente principal. Cuando doblamos la primera curva del río, la corriente se había notablemente acelerado. Me dejé caer ruidosamente hacia atrás al suelo de la balsa, dejando a las chicas maniobrar en los rápidos al no ser demasiado importantes por entonces. Las muchachas se desenvolvieron bien navegando las dos primeras horas, por lo que seguí cabalgando en la parte delantera de la balsa con ellas al mando, dejándome caer de nuevo en la balsa cuando llegábamos a las peores partes del río.
¡Splash! Me encontré en el agua, era rápida y agitada, la balsa había golpeado una roca justo bajo la superficie, dejándome luchando por sobrevivir en la peor parte del río. Me esforzaba pues por no herirme con las piedras, que tan rápido pasaban por debajo, me tumbé boca arriba con los pies apuntando río abajo, tratando de flotar en el agua lo más alto posible. La balsa estaba ya varios metros por detrás de mí, pero ya había pasado lo peor, ahora estaba en aguas profundas con la corriente empujándome lentamente río arriba. No siendo mi estado mental el más agudo, (tras 24 horas sin dormir) cuando me di cuenta que remontar el río no era bueno, ya era muy tarde. Me hundí, teniendo el tiempo justo para inspirar parcialmente antes que la corriente del fondo me tragara. El agua enfurecida, me agarraba y tiraba de mí, la superficie estaba muy cerca pero no podía alcanzarla, tampoco podía tocar el fondo ni la roca del tamaño de un coche que había cerca de mí. Fue aproximadamente entonces cuando la comprensión del grado de gravedad de las cosas me golpeó con toda su fuerza. Iba a ahogarme y no podía hacer nada al respecto. El pánico se apoderó de mí, y con todas las fuerzas que aún le restaban a mi fatigado cuerpo, luché para alcanzar la superficie para llenar mis pulmones, aunque sólo fuera con una pequeña inspiración de aire. Pero la realidad se impuso rápidamente, la respiración, la misma vida por la que tan intensamente había luchado, se desvanecieron, dejándome solo en la oscuridad con un, no obstante, pequeño pensamiento. Puedo hacerlo. Ahora todo estaba en calma, no más aguas turbulentas, no más pánico, miedo ni cualquier otra sensación, tan sólo el pensamiento de que estuvo bien dejar la vida. Después de todo, pensé, tener tres empleos, dormir de cuatro a cinco horas por noche, cinco días a la semana, y nada los otros dos, no era vida de todos modos.
Entonces, como si yo fuera un niño y mi padre me hubiese agarrado por mi mono de Osh-Kosh (una marca de ropa) y me hubiese levantado por encima de su cabeza, me encontré a varios pies por encima del agua. Podía sentir el sol que brillaba, calentándome la cara, pero ya no era tan brillante que no se le pudiese mirar. La suave brisa confortaba mis pensamientos vueltos al sonido que ella producía, murmurando, en las vibrantes hojas verdes de un gran árbol a mi izquierda. Mi atención, dirigida al árbol, me permitió sentir la brisa soplar a través de las hojas, como si éstas fueran mis dedos y el árbol una parte de mí. Todos mis sentidos estaban potenciados, los colores más brillantes, la visión más vigorosa, los olores mejor definidos y la leve niebla de agua en mi piel, eran maravillosos. Un pájaro comenzó a cantar detrás de mí, y mientras su melodía atraía mi atención tuve la impresión que los árboles y los matorrales que lo escondían se hubían abierto y tuve una visión completa de esta pequeña criatura. No sólo podía verlo y oírlo, sino que podía sentir que el pájaro estaba feliz e incluso alegre por existir, tal sentimiento se volvió una parte de mí mismo. Aunque mucho de lo que pasaba lo hacía a mi izquierda, a mi derecha o detrás de mí, no precisaba volverme para verlo, pues podía ver todos los 360º a mi alrededor, incluidas muchas cosas que pasaban simultáneamente en mi entorno inmediato.
Mientras estaba sobrecogido por lo que acontecía, una voz llegó, clara como la voz de alguien muy cerca de uno, preguntándome: “¿Qué quieres hacer?”. Volviendo mi atención a la vista que tenía delante, empecé a observar como para ver lo que podría hacer. Mi hija menor, justo estaba saliendo del agua cerca de la balsa, a unos 70 metros río abajo. La mayor, ya había recorrido unos treinta metros a lo largo del banco rocoso río arriba de la balsa. Por otra parte, yo me encontraba aquí y mi cuerpo sin vida allí, lo cual no me planteaba ningún problema, puesto que mi antigua vida era entonces un sueño para mí, tanto como lo es el más allá en este momento para la mayoría de nosotros. Ningún sentimiento de dolor o pena, sólo tal paz y amor como pocos han conocido. Tras juntar esta información fue como si simplemente la embalara en un bonito paquetito, le añadiera un poco de “incomprensible” y se la entregara a la entidad que acababa de hacer la pregunta. La respuesta fue inmediata. “¿Tu qué quieres hacer?”
Y la respuesta parecida cuando volví a hacer la revisión. Cuando miré a mi hija mayor, que, lo descubrí más tarde, trataba de dirigir a los muchachos más mayores a lo que entonces era mi cuerpo sin vida, fue como si alguien me tomara y me lanzara dentro de ella. Veía por sus ojos, oía por sus orejas, comprendía todo lo que ella sabía y sentía en aquel momento, pero yo sólo era un espectador en su mundo. Esta joven de 12 años, enfrentada a tan terrible situación estaba tan tranquila y era tan lógica como puede serlo cualquiera. “Mi hermana ahora está segura.”, ésta también se había caído de la balsa y había sido atrapada por la misma corriente de fondo, pero ella llevaba un chaleco salvavidas y estaba pues a salvo.”Las otras chicas están bien también. Ahora hace falta que salve a mi padre.”. Éstos eran sus pensamientos inmediatos. Entonces, tan rápido como había entrado en el mundo de mi hija, volví al mío y me volví a encontrar por encima del agua en el mismo sitio que antes. La voz volvió a preguntar: “¿Qué quieres hacer?” Finalmente comprendí que debía elegir un icono: educar a mis hijas, con la vida que acababa de dejar tan recientemente, o bien esta nueva existencia, una vida que yo sabía era con mi padre celestial, pues podía sentir su amor emanando de un punto a lo alto y a la izquierda, justo detrás de mí. Un amor que me recordaba la paz y el contento que se sienten cuando uno es un niño pequeño, suavemente mecido en los brazos de una madre tras un día perfecto. El sentimiento de amor, de paz y de bienestar era tan fuerte, que estaba desgarrado por el dilema. No había ninguna coacción hacia mí para que eligiera esto o lo otro, ni tampoco se me dio a entender que una opción sería mejor que la otra. El asunto estaba totalmente en mis manos. Sabiendo que mis hijas realmente me necesitaban, y hasta qué punto de verdad las amaba, casi de mala gana elegí la opción de volver, y de hacer todo lo que estuviera en mis manos para educarlas lo mejor que pudiera. Para comunicar esta decisión, simplemente tomé toda la información y los sentimientos, todo junto, y se los di a mi amigo que nunca llegué a ver, diciéndole: “Quiero esto.”, es decir, el icono que tengo frente a mí y todo lo que ello representa.
Luego se me dijo: “Debes dar todo lo que tienes.”. Esto provocó otra búsqueda para ver “todo lo que tenía”, el resultado fue nulo pues mi cuerpo estaba ahí abajo y yo estaba aquí. Las mismas palabras fueron repetidas exactamente igual, lo que resultó en otra búsqueda idéntica a la anterior. Justo antes de decirme de nuevo que diera todo lo que tenía, se me proporcionaron informaciones, todo un paquete. Aunque sin palabras, también se me dijo que debía elegir estar en mi cuerpo, porque nadie me iba a colocar ahí. Esta información traía el sello de la urgencia como la que un padre podría tener para con un hijo en inminente peligro. En el momento en que conscientemente opté por volver a mi cuerpo, de nuevo estuvo el agua furiosa a mi alrededor, atrapándome, tirando de mí hacia el fondo, pero sin éxito pues yo tenía la fuerza de una locomotora. Nada podía impedirme alcanzar la superficie. Una vez alcanzada, exhalé toda la porquería de mis pulmones, trocándola por una profunda inspiración vital. Me dolieron tanto los pulmones que llegué a pensar que sería mejor volver a ahogarme. Combatí el deseo casi irresistible de simplemente rendirme. Creí haber murmurado lo que más tarde me dijeron fue un grito de ayuda, cuando los muchachos en la pequeña balsa estaban tan sólo a unos palmos. Con un par de golpes de remo se pusieron junto a mí. Agarrando la cuerda en el costado de la balsa, descubrí que aún conservaba mucha energía y nadé al lado de la balsa, ayudando a sacarla de los rápidos a la orilla.
Explicar lo que acababa de pasar exigió esfuerzos y creó escépticos dentro del grupo. Hasta que le dije a cada uno lo que había hecho, y en algunos casos pensado, mientras yo estaba bajo el agua. Las dudas desaparecieron rápidamente. El resto de nuestro viaje fue muy apacible y satisfactorio, la vista de ciervos y otros animales a algunos metros solamente, a lo largo de la orilla, embelleció más las cosas. Tardamos mucho en llegar a nuestro destino así como en llamar para que nos recogieran, mi madre estaba muy preocupada por nosotros. ¡Ya sabéis como son las madres!
Me acercaba al final de mi período de prueba en mi trabajo a tiempo completo, tenía pues que estar allí al día siguiente. Trabajé a pesar de apenas poder andar y de dolerme extremadamente cada célula de mi cuerpo, de la coronilla a los pies. En el transcurso de unos días, el dolor desapareció poco a poco, dejándome con un conocimiento seguro con respecto a muchas cosas que ni siquiera había imaginado, así como con una oportunidad de ver a mis hijas crecer.
Testifico la verdad de esta experiencia, al igual que aquellos que estaban conmigo en el río, ellos saben que ocurrió. Testifico igualmente que Dios existe, que nos ama, que está consciente y atento, incluso para las cosas más insignificantes en nuestra vida y sobre esta tierra. El regalo de ser capaz de elegir, el poder actuar según nuestros propios deseos y el poder de unirse a otro en la esfera de su creación inspiran reverencia. Rezo por que podamos darle las gracias por nuestra existencia incluso aquí, que nos tratemos los unos a los otros y también a su creación con el respeto y la bondad a ellos debida.