ECM de George
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Descripción de la experiencia:

Han pasado nueve meses desde que tuve mi ECM, y aunque no pienso todo el tiempo en la experiencia, nunca está lejos del “campo visual” de mi mente.

No creo haber tenido una ECM “normal”, con todos los detalles relacionados. Y tras leer algunos de los relatos más escalofriantes que aparecen en la red, me alegro de que no haya sido así.

Pero de todos modos, ¡aquí les va!Mi ECM ocurrió durante un procedimiento de angioplastia. Acababa de sufrir mi tercer ataque cardíaco el 14 de abril de 1998. Una angioplastia de emergencia me salvó la vida, pero fue necesario realizar una intervención adicional. Esto sucedió algunas semanas más tarde, en mayo. La colocación de dos endoprótesis o “stents” en la arteria coronaria transcurrió sin problemas. Recuerdo que luego de la intervención, el médico le dijo a mi esposa, bromeando, por supuesto, que podría volver a trabajar el siguiente lunes. Sin embargo, después de que regresé a mi habitación, sufrí otro ataque cardíaco, y me llevaron a toda prisa a la sala de cateterismo para practicarme otra angioplastia.

Estuve en cirugía por lo que me parecieron horas. Y, no obstante los medicamentos, sentía un intenso dolor, sin embargo, nunca se me ocurrió que podría morir. Tenía una confianza total en las habilidades de mi cirujano y en mi propia indestructibilidad. Hacia el final de esta última angioplastia, sentí una sensación extraña, como un estallido eléctrico que resonó por todo mi cuerpo, y que probablemente provenía del corazón. Estaba inmovilizado, no podía moverme, respirar, ni siquiera modificar mi campo visual ni la profundidad del mismo.

Recuerdo que sentí pánico porque no podía respirar. Sabía que tenía que hacerlo, y quería hacerlo, pero no podía, y no sentía dolor. Incapaz de mover los ojos, sólo tenía vislumbres del equipo médico que luchaba por salvarme. Podía ver el puño de mi médico subiendo y bajando mientras me golpeaba el pecho, oía el sonido hueco del impacto, pero no sentía nada. Nunca me sentí como si estuviera fuera de mi cuerpo, pero tampoco estaba exactamente dentro de él.

En algún momento durante esos segundos que me parecieron (y aún me parecen) una eternidad, me di cuenta de que me estaba muriendo. La vista se me apagaba, así como la consciencia de lo que pasaba a mi alrededor. Todo lo que recuerdo son sentimientos primitivos de temor por mi familia y de extrema tristeza al pensar que no volvería a ver a mi mujer y a mis hijas. Luego todo se volvió negro. ¡No quería morir, no quería dejarlas!

Lo siguiente que recuerdo es que estaba convulsionándome sobre la mesa, boqueando y tratando de respirar. Nuevamente sentía dolor, un dolor extremo, en todas partes de mi cuerpo. No puedo definir cómo ni por qué, pero en medio de mi lucha por la vida, no podía escapar a la consciencia de que se me había forzado a entrar en mi cuerpo desde algún otro lugar. No recuerdo nada del tiempo que pasé en ese “otro lugar”, solamente sé que en ese tiempo yo no estaba dentro de la envoltura corporal que siempre he conocido como mi “yo”. Recuerdo haber pensado que así es como debía sentirse uno al nacer.

Hasta el día de hoy, parece que me he recuperado de mis problemas cardíacos. Los daños que sufrió mi corazón durante los episodios de abril y mayo me obligaron a jubilarme a los 42 años. Mi médico dice que debo evitar todo tipo de estrés físico y mental sobre mi corazón si es que deseo vivir. Esto en efecto puso fin a mi carrera como profesional en gestión de materiales. Ahora soy padre a tiempo completo para mis hijas y espero también ser un mejor marido para mi mujer. Mientras tome mis píldoras y siga las indicaciones médicas, todo deberá estar bien.

No le temo a la muerte. Sé que no hay dolor, y cuando la hora llega, hasta puede haber una sensación de alivio. No tengo ninguna visión extraordinaria que contar, y definitivamente no estoy más cerca de la canonización que antes de mi ECM. A veces tengo la tendencia a absorberme demasiado en el “mundo”, y siento que estoy recayendo en mi antigua personalidad “tipo A”. Pero siempre regreso a esa sensación de claridad que tuve en mi habitación del hospital después de que lo peor había pasado... una sensación, difícil de definir, de saber quiénes somos, por qué estamos aquí, y para dónde vamos.

John Lennon tenía razón, todo lo que hace falta es amor.