ECM de John H
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Descripción de la experiencia:

Me llamo John H. y tengo 63 años.

En mayo de 1992, pasaba por un período muy estresante en el trabajo y estaba listo para pasar una semana de vacaciones en Malta. Mi mujer y yo compartimos las vacaciones con mi hermana y cuñado. Mi hermana era y es todavía enfermera en obstetricia. Durante las vacaciones, sentí lo que creía era una indigestión permanente, que me dejaba todo el tiempo cansado y aletargado. El hecho de estar en vacaciones me decidió a aprovecharlas, participé en cada etapa del trayecto intentando, con dificultad, mantener el ritmo del resto del grupo.

El día que cogimos el vuelo de vuelta a casa me sentí peor de lo que lo había estado todo el tiempo. Embarcamos en el avión y llegó la hora de la comida en vuelo. Yo tenía un asiento junto a la ventana, uno de tres, mi esposa estaba junto a mí y mi hermana junto al pasillo en la izquierda del avión. La comida fue servida y hablamos de lo buena que estaba y después de hacer notar: “Este pollo está muy bueno”, me encontré a mí mismo todavía en mi silla pero fuera del avión hacia la izquierda, en una grandísima habitación brillantemente iluminada con cortinas colgadas alrededor de las paredes desde el suelo hasta el techo. El asiento parecía estar en una parte elevada del suelo con dos escalones hacia abajo. A mi izquierda y a través de la habitación, algunos escalones llevaban hacia la parte posterior de las cortinas, que presumí era el exterior de la habitación. Toda la luz provenía de este punto y era mucho más brillante por detrás de la “entrada” cortinada.

Mientras asimilaba esta escena, llegó un pequeño grupo de personas por estas escaleras y a través de la habitación para pararse frente a mí. Eran cinco adultos y dos niños, de ambos sexos, todos vestidos igual, con ropa clara ajustada, todos con el mismo corte de pelo (¿o quizás un casco negro brillante apretado?) de acuerdo a la forma de la nuca. Tuve la poderosa sensación de que toda esta gente sonriente tenía un aire de amistad, amor y bienestar. Tras unos segundos (durante la experiencia el tiempo parecía irrelevante) dos de los adultos, un varón y una hembra, subieron la escalera hacia mí, me tomaron ambos el brazo izquierdo y me levantaron. El hombre entonces cruzó por detrás de la silla hacia mi lado derecho, la mujer seguía agarrando mi brazo. A todo esto, en ningún momento se pronunció palabra alguna, ¡yo lo “sabía” todo!, era consciente de que iba a ser conducido a través de las escaleras que llevaban al interior de la brillante luz. En ningún momento me sentí asustado o nervioso. Estaba de hecho muy relajado, no me sentía enfermo, y feliz de ser llevado lejos.

En este punto, oí una débil voz decir: “JOHN”, y luego más fuerte: “JOHN”, y entonces oí a mi hermana decir con voz angustiada: “Creo que está muerto”, y luego una voz desconocida gritando: “Tendedlo sobre estos asientos”. En este punto, yo estaba de vuelta al avión y me estaban tendiendo sobre los asientos delanteros que estaban vacíos (más tarde descubrí que, gracias a su experiencia médica, mi hermana me había tomado el pulso que había desaparecido. NADIE pudo decir durante cuánto tiempo). Me administraron oxígeno durante el resto del vuelo y me sentí lo suficientemente bien como para afrontar una hora de trayecto en taxi para volver a casa. Algunos días más tarde permanecí seis días en cardiología. Tras algunas semanas en ambulatorio, me diagnosticaron que un virus había afectado el corazón y los pulmones provocando un síndrome post viral. Ahora estoy totalmente curado, aún hablamos de ello en familia, mi hermana mantiene en efecto que no detectó pulso por entonces, piensa pues que no fue un mareo. Se lo dijo a mi mujer y a mi cuñada que están de acuerdo con ella.

Ahora ya les he contado mi experiencia. Su recuerdo está muy claro. Cambió mi punto de vista sobre el tema de la muerte. No soy religioso de ninguna manera. Esta es la primera vez que se lo he contado a alguien desde entonces.