ECM de
un Pastor
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Descripción de la experiencia:
A lo largo
de los años, me he confrontado a experiencias muy interesantes. Sé que en tanto
que Cristiano, no habría que basarse sobre las experiencias para construir su
fe, pero confieso que tras haber hablado a un ángel guardián, a innumerables
entidades demoníacas, y una agresión física por una de ellas que no se saldó por
nada, estas cosas pueden forjar la confianza en las verdades de las Escrituras,
estos acontecimientos han forjado la mía. De hecho, las entidades demoníacas no
tienen más poder sobre nosotros que el que nosotros le damos.
Debo
confesaros que mi fe no es tan grande como la de otras personas. Yo también,
hice una experiencia de la MUERTE en 1986. Un día me tomaré tiempo y escribiré
más en detalle con respecto a esta situación. Me han hecho falta 5 años para
hablar de lo que realmente pasó y finalmente compartí esta historia en el
momento de irme a dormir, en mi cabaña con alrededor de 30 colegiales, yo era
para mi iglesia, aquel verano, consejero de la colonia y responsable de la
disciplina. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de ciertas cosas sobre lo
que había pasado ese 8 de octubre de 1986.
Cuando este
incidente se produjo, yo era director de la programación y técnico en una
estación de radio de Utah. El emisor FM (Frecuencia Modulada) sobre el que
intervenía me electrocutó. Yo estaba sentado sobre el suelo y hacía una
inspección visual, siguiendo el circuito desde el transformador elevador hasta
el punto corrector. Fue entonces cuando un arco de 4500 voltios y medio amperio
se formó, pasando por mi albardón metálico, luego por la mano derecha, saliendo
por detrás del antebrazo izquierdo. Proferí un grito incontrolable, el micrófono
estaba abierto (o sea en”ON“) en el estudio situado en la pieza adyacente, por
tanto todos aquellos que escuchaban la estación de radio en el oeste de Wyoming
y de Montana, el sur de Idaho y todo el norte de Utah, me oyeron gritar. Antes
de darme cuenta de que había gritado todo se había acabado.
Realmente
no puedo deciros cuanto tiempo duró la situación que describo, a mí me pareció
mucho pero, de hecho, aquello pudo no ser más que algunos minutos. Era casi una
parodia. Pensé en esos dibujos animados cuando el personaje es electrocutado,
sus brazos son descuartizados y se puede ver su esqueleto y los contornos de su
cuerpo. Tuve la sensación inmediata de ser descuartizado, hasta los límites a
que mis brazos podían llegar. Recuerdo haber mirado mi brazo izquierdo, tenso.
Luego me di cuenta que no se trataba más que de los contornos de mi cuerpo.
Volví la cabeza para mirar recto hacia delante, o sea hacia el emisor. El tamaño
de un emisor FM (Frecuencia Modulada) de gran potencia puede ir desde un pequeño
armario a una gran habitación. Era un emisor de 5000 Watios del tamaño de un
pequeño armario, estaba situado en el centro de una habitación.
En lugar de
ver el emisor, veía la parte posterior de mi cabeza. Me adelanté un poco,
entonces miré por mis propios ojos. Miré hacia abajo y vi mi brazo que colgaba
sobre mi costado. Aún estaba en posición sentada. Intenté apoyarme sobre el
brazo izquierdo, estaba entonces casi seguro de que se trataba de una ilusión
óptica: el antebrazo izquierdo se dobló. Estaba un poco asustado y de golpe,
involuntariamente sobresalté hacia atrás, fue entonces que vi mi cuerpo sentado
de espaldas.
Miré todo
alrededor de la habitación, luego a mi brazo y mi mano. Por lo que podía
comprender, veía los contornos precisos de mi cuerpo. Como si yo hubiera sido
invisible pero los contornos fueran suficientemente aparentes gracias a una
ligera distorsión. No veía nada anormal en el cuarto del emisor. No había luz
brillante, ni otro ser del tipo que fuera. Sólo había la habitación y yo en ese
estado. No miré hacia atrás. Me acuerdo de un sentimiento de Paz y de contento,
cosa que no siento prácticamente jamás, sobre todo por entonces. Me divertía
examinando mi nuevo entorno, deslizándome dentro y fuera de mi cuerpo. El
pensamiento profundo que experimenté en ese momento, es que la muerte es
indolora.
Aquello no
duró mucho tiempo. Sentí una presión en la espalda, como una mano que me
empujaba. Mientras la presión aumentaba, sentí mi cuerpo de nuevo. La sensación
era parecida a un cierre de corredera. Esta sensación subió por los brazos hasta
la punta de los dedos. Sentí mis piernas, luego la cintura y fui progresivamente
encerrado en mi cuerpo, los brazos y la punta de los dedos en último lugar. Ya
no podía separarme más de mi cuerpo.
Mientras me
devolvían a mi cuerpo, no oí ninguna palabra, pero las sentí. Simples y
directas:
«Aún no has
terminado.» Me gustaría acordarme exactamente lo que estas palabras expresaban,
pero en esencia eso era lo que venían a decir.
No fue
hasta aquella tarde, 5 años más tarde en la colonia de vacaciones, que conté por
vez primera esta historia. Cuando llegué al momento en que fui encerrado en mi
cuerpo, me paré y revisé toda la situación, salvo que esta vez se me mostró
quién me había devuelto y me había hablado. Era Yeshua Hamashia, lo que
significa Jesucristo en Hebreo. Los chicos en la cabaña se preguntaron qué es lo
que no marchaba, yo estaba ahí, como un maniquí escrutando el espacio, revisando
todo aquello y reviviéndolo. Por primera vez veía los acontecimientos desde el
punto de vista de un tercero, mirando a Jesús con su mano en mi espalda
empujándome a mi cuerpo, viéndolo hablar. Les dije entonces a los chicos lo que
veía y lo que pasaba.
Después de
ser encerrado en mi cuerpo, el director general de la emisora, Gary Girard,
llegó con su aliento nicotínico capaz de despertar a los muertos. Preguntó: «
¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¡Te oímos gritar!»
Levanté mis
ojos hacia él y respondí: «Creo que he sufrido un shock.»
«Bueno,
creo que será mejor llevarte al hospital.» Estuve conforme y Gary me ayudó a
levantarme. Fui a la recepción, me senté en el despacho y llamé a mi novia de
entonces, respondió su hermana. Mientras esperaba que mi novia contestase al
teléfono, me percaté que olía a quemado. Seguí el olor, desde la mano izquierda
que sostenía el auricular hasta el medio del antebrazo izquierdo. Miré mi
vestido. Cuando era director de programación, vestía consecuentemente. Corbatas
finas, bonitas camisas y vestidos negros de clase. Miré mi vestido y vi un
agujero perfecto, del tamaño de un cable telefónico más o menos. Me quité el
vestido y miré la manga de la camisa, había ahí otro agujero perfecto en el
tejido. Me arremangué la camisa y vi una muy gran herida de salida.
La herida
de salida cubría la mayor parte de la cara externa del antebrazo izquierdo, más
cerca de la zona del codo, tenía la misma textura y tamaño que un filete de pavo
bien cocido el día de Acción de Gracias. Había un punto negro central rodeado de
varios anillos negros. Mi novia respondió por fin al teléfono y le dije lo que
había pasado y que me encontrara en el hospital de Bear River en Tremonton.
Cuando llegué al hospital, fui inmediatamente examinado y oí hablar de una
sonda. Tuve una vez una sonda cuando me reconstruyeron las orejas en 1981. La
experiencia fue dolorosa y terrorífica hasta que mi vejiga fue alcanzada, por
entonces elogié el invento. Sin embargo, en este momento de mi vida, no lo
quería.
La
enfermera me explicó que cuando alguien se electrocuta, el camino de los
electrones a través del cuerpo se transforma en tejidos muertos. Esta cantidad
de tejidos muertos eliminados por el cuerpo por vía urinaria puede llevar a un
desfallecimiento renal por exceso de actividad. Les dije que no la necesitaría
pero insistieron. Les pregunté que qué tenía que hacer para probar que no la
necesitaba. Me dieron un recipiente y me dijeron: «PIPA.» Les respondí que
llenaría un cubo si así lo querían. Tras todo esto, me pusieron en una
ambulancia y viajé 110 Km. hasta Salt Lake City donde me dejaron en la clínica
para quemados de la universidad de Utah.
Calculo que
alrededor de 6 a 8 internos trabajaban alrededor de mí, con un médico para el
encuadramiento. Tras unos 30 minutos de picarme y pincharme, llegó otro hombre
mayor, aparentemente un médico jefe o médico vigilante y/o instructor. Entró y
comenzó a palpar mis pies y los dedos de los pies, para practicar un examen.
Levantó los ojos hacia el otro médico y preguntó: « ¿Dónde está la herida de
salida, no veo ninguna?»
Mientras el
médico jefe me examinaba los pies, el otro médico encuadrante respondió que la
herida de salida estaba en el antebrazo izquierdo. El médico jefe vino a mi
izquierda y vio la gran herida evidente. Luego abajó mi brazo izquierdo hacia la
mano izquierda y los dedos. Luego examinó a consciencia la mano izquierda y los
dedos. Por entonces, algunos internos dejaron de trabajar y seguían el dialogo.
Levantó los ojos y dijo: «No veo la herida de entrada aquí, ¿dónde está?»
A esta
pregunta, todos los internos dejaron lo que estaban haciendo y se hizo el
silencio en la pieza. Todos los ojos apuntaron al médico encuadrante que dejó lo
que hacía y miró al médico jefe. «La herida de entrada está en la mano izquierda
entre el pulgar y el índice.»
Una mirada
de incredulidad se dibujó en el rostro del médico jefe y vino al lado derecho de
la mesa en que estaba tumbado. Inspeccionó la mano derecha y encontró la
quemadura de primer grado entre el pulgar y el índice. Miró al resto de médicos,
luego a la herida de entrada en la mano derecha, luego la herida de salida en el
brazo izquierdo. Hizo esto varias veces como para convencerse de que lo que veía
era cierto. Los internos y el otro médico estaban inmóviles, silenciosos y
mirando. Con un gran suspiro, me miró y dijo: «No tengo ni idea de cómo te has
librado, ni de cómo puedo estar hablándote. Hijo mío, deberías estar muerto. Es
un milagro que estés aquí.»
Yo estaba
ahí, impregnándome de todo aquello. Estaba más motivado por mi salida y una
hamburguesa. Las cosas se arreglaron poco después. Me aplicaron una crema
antibiótica y apósitos, me dijeron que la herida se reabsorbería sola y que
mantuviese limpios los apósitos.
Hicieron falta
algunos meses para que la herida curase y el centro por fin desapareciese. Sólo
queda una cicatriz redonda de unos 9 cm. en el antebrazo que a menudo me pica
terriblemente. A veces tengo espasmos en el brazo izquierdo. Sin duda, hay daños
permanentes sobre algunos de mis nervios. Hoy eso parece más un sueño que la
realidad. Es la cicatriz la que cotidianamente me recuerda ese suceso y su
realidad.
Ahora,
quizás comprendéis por qué mi fe no es mayor que la del Cristiano medio. Yo vi
que hay una post- vida. Yo sentí la mano del Señor sobre mí. Yo contemplé la
situación como si fuera un tercero, tengo pues la perspectiva completa de lo que
he pasado. Juan 20: 29 « (…) Porque me has visto, has creído. ¡Dichosos los que
no me vieron y creyeron!» Dado que yo era Cristiano mucho antes de esto, pero
que mi fe es vacilante y tengo dudas sobre quién soy y por qué estoy aquí, no
tengo ninguna excusa puesto que yo fui al más allá.
Rhettman A.
Mullis, Jr.
Presidente-Ministerios Iglesia en Acción
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